El pasado viernes 14 de marzo nuestro redactor Fernando Acero estuvo acompañado por Pi en la sala Bulevard de Sant Joan Despí (Barcelona) viendo los directos de Face the Maybe y Cavum.

Si quieres saber cómo fue la velada no te pierdas esta crónica y las fotos de Pi. ¡Entra ya!

 

“Respira, Fernando. Respira y no los mates. Una melena como la tuya en prisión es demasiado tentadora. Y sabes que no vas a sobrevivir ahí dentro más de una semana.”

Un viernes como otro cualquiera para alguien que lleva una rutina como la mía. Madrugar, por supuesto, para ser una persona de provecho y demás convenciones sociales absurdas. Y mucho mejor si hay un buen concierto para empezar un fin de semana de vagancia sin límites.

Las complicaciones para disfrutar de dichos conciertos empiezan a hacerse patentes cuando eres un redactor no urbanita, de aquellos que han de chuparse horas de transporte público o de carretera. Mi caso es más bien el primero.

Con más ilusión que resignación, me dirigí hacia Sant Joan Despí, pequeña localidad colindante a Barcelona, en una sala que toma por nombre Bulevard. Una noche fresca como la del pasado viernes 14 de marzo acogía una velada cargada de fuerza en un trío que prometía ser caballo ganador: Rise Of The Damned, Face The Maybe y Cavum. La cuestión es que el frescor se estaba empezando a convertir en frío, y yo me estaba empezando a acordar de los clavos de Cristo en ese momento. ¿Qué puñetera hora se suponía que era?

Lo que tenía que arrancar puntualmente a las 22:00, se retrasó hasta cuarenta minutos más tarde, hora a la que se abrieron las puertas del recinto. Fue entonces cuando junto a mi compañera Laura pude bajar hasta la sala, construida bajo tierra. Espaciosa, con un escenario enladrillado, de proporciones aceptables, una iluminación espléndida y unos técnicos que parecían saber qué hacer. No obstante, parecían de aspecto perezoso y relajado, lo cual mezclado con el hilo musical blues que flotaba en el ambiente – más que flotar, lo aplastaba, dado su alto volumen – me estaba empezando a impacientar. Soy un hombre tolerante y paciente, pero no cuando la nauseabunda calma de los organizadores choca tanto con mi vida privada como con la imagen que ofrecen a los asistentes.

Vale, sí. Cualquiera de los ahí presentes sabe que a duras penas se llegaba al medio centenar de personas en el público; que la mayoría eran chavales del pueblo a los que les apetecía tanto como a mí acabar bien la semana, o bien amigos y familiares de los miembros de las bandas protagonistas del evento. Eso no debería ser excusa, sin embargo, para dar un perfil tan bajo y deficiente. Soy amigo de la impecabilidad en ese sentido, y no me muestro benevolente con la pachorra mostrada por individuos que luego querrán exigir el título de “profesionales” en su gremio.

Ya cerca de las once de la noche arrancó la banda Cavum, sustituta de emergencia de Terapia D Miedo, quienes no pudieron asistir dados los problemas de salud de su guitarrista. No fue mala alternativa sin embargo la del grupo de deathcore: implacables, técnicamente hablando. Sus composiciones oscuras y densas contienen detalles preciosistas en los solos que florecen como cerezos en su puesta en escena. Todo precioso, pero había algo que no me cuadraba ahí: ¿cómo una batería puede sonar tan poderosa y limpia en vivo? Efectivamente, pregrabada. Lo bochornoso, reconozco, fue darme cuenta de ello cinco minutos después.

Su actuación la definiría con una expresión bastante válida para el caso: pólvora húmeda. Salvando el detalle de que no entiendo muy bien la necesidad de tres guitarras en una formación así – no voy a meterme con ese aspecto, ya que eso ya va en la filosofía de cada conjunto –, el poderío de su música, que parecía que iba a hacer estallar a la poca gente que había viéndolos, cayó en saco roto. Sencillamente es que, y fuera de ponerme fundamentalista o purista, no puede ser que un concierto de death metal, sea cual sea la vertiente del estilo, provoque semejante tedio en el público. No puedo aceptar de ninguna forma que alguien esté con los brazos cruzados con semejante fuerza en la música. Por otro lado, también tenía la sensación de estar viendo un ensayo de la banda más que un directo en sí; relajados, calmos, sin sobresaltos, ejecutaron riffs de una gran precisión like anything, que diría el maestro Knopfler en “Sultans Of Swing”. Cavum es una buena banda desde lo puramente musical, pero personalmente no me acabó de convencer esa puesta en escena; es probable que de alguna forma el contexto no acompañase a la motivación del conjunto.

Los cuarenta y cinco minutos de actuación de los catalanes dieron paso a un montaje que también se tomó su tiempo. Creo que en ese momento empecé a asumir que por desgracia para mí no podría ver el concierto íntegramente. Cenicienta tenía que irse: las doce en el reloj. Tampoco iba de amor el tema precisamente: Face The Maybe amenazaban tormenta con esa actitud desenfadada que caracteriza sus actuaciones. No obstante, tras verlos de forma seguida a lo largo de este año, consigo ver que sus shows se orientan hacia el alcance de un clímax que se vislumbra en la sucesión de los temas. Su arranque en las tablas fue tímido, pero poco a poco la bestia despertó, y temas como un fastuoso “Seth” dieron cuenta de esa potencia de la que suelen hacer gala. Y con ellos, el público. Un público escaso que sin embargo pudo reunir un mosh de unos seis o siete asistentes – incluidas unas torpes pero entrañables quinceañeras que pronto besaron el suelo.

Y cada vez me sorprende más la potencia y dinamismo del frontman Tomás Cuñat. Seguro y carismático, no da tregua a un solo instante; cautiva y atrapa en la espiral de djent que los temas de la banda representan. Y resulta imposible escapar. Me reafirmo en lo dicho en crónicas anteriores: Face The Maybe es uno de los conjuntos imprescindibles en la escena local barcelonesa en lo referido al ámbito del metal progresivo.

“Y nos dieron las diez y las once, y las doce y la una”. Y yo me veía atrapado en Sant Joan Despí sin posibilidad de volver a mi casa. Y Face The Maybe no había concluido sus bises cuando tuvimos que tomar la determinación de abandonar antes de poder ver si quiera a Rise Of The Damned, a los que, siendo serios, me gustaría trasladar mis disculpas desde aquí al no poder ver su actuación, que estoy seguro, tuvo que ser brillante.

Y corriendo, como el rayo, a coger el último autobús, evocando a Electric Light Orchestra; sí, ya sé que no es un tren y que no estamos en Londres, pero de algún pensamiento romántico tenía que llenar mi cabeza por tal de evitar cagarme literalmente en los responsables de la puntualidad del evento.

Crónica por Fernando Acero
Fotos por Pi - facebook.com/khalebxd