Turno hoy de uno de nuestros artículos de opinión. A los mandos Fernando Acero, quien nos habla sobre los prejuicios sociales aplicados a la escena musical.

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Hace unos días, para darle algo de color a mi vida social, una buena amiga me propuso la posibilidad de ir a las fiestas de Vilafranca del Penedès, en las que hacían diversos conciertos de bandas nacionales que prometían ser interesantes en vivo. Reconozco que iba absolutamente en blanco con la intención de sorprenderme – para bien o para mal – con lo que me pudiese encontrar por ahí; lo importante al fin y al cabo era ir a pasar una buena noche.

Llegamos a la plaza del ayuntamiento algo más tarde de la medianoche de ese uno de septiembre. Un par o tres de centenares de personas rondaban por ahí con la intención de ver a… ¿La Iaia? ¿Qué clase de nombre se supone que es ese para un grupo? Deduje que posiblemente sería lo más rancio que uno pudiese echarse a la cara y que, como viene siendo clásico pensar, se trataría de un rancio grupo de folk que hablase sobre temas banales y carentes de interés, cuyas composiciones no captarían la atención de nadie salvo de los cuatro rebotados folclóricos de siempre.

Lo maravilloso de los prejuicios es la capacidad que tienen algunos individuos para echártelos abajo y quitarte la tontería de encima. La actuación de este trío catalán se inició con una introducción de sintetizadores propia de un gran grupo de rock progresivo, creando un ambiente envolvente y sobrecogedor entre el medio millar de personas que deambulaban por las cercanías del escenario. No mucho después, estalló una descomunal amalgama de indie rock, synthpop, shoegaze y post-punk, alternado con cierto elemento folk que, todo sea dicho, se llevó con una elegancia impresionante. Me quedé verdaderamente atónito ante semejante explosión estilística, que en ningún momento hubiese esperado de un grupo catalán.

Fue entonces cuando empecé a plantearme seriamente algo tan sintomático como el problema de la mentalidad cerrada contra ciertas percepciones extramusicales excesivamente extendidas. Siempre que vamos hacia la incansable busca de lo novedoso, creemos que no hay nada como los Estados Unidos, Inglaterra o el norte de Europa. Pero por un momento, seamos serios y dejémonos de chuminadas y de elitismos infundados: en este país existen bandas generadoras de una creatividad sin precedentes. Y por enésima vez me hago la misma vieja pregunta: ¿qué narices ha de pasar para que empecemos a tratar con el respeto que merecen a nuestras bandas? ¿Es que tan poca cultura de fondo hay en este país?

Y lo peor es que cuando lo empiezo a pensar mejor, me doy cuenta de que sí. Porque si incluso yo mismo pude caer en un prejuicio tan deleznable, y eso que trato de mantener una mentalidad abierta y bondadosa hacia todo lo que se me presenta, ni me quiero imaginar cómo lo debe tratar aquel ajeno a las labores musicales. El repertorio de quejas y sandeces del hater ibéricocomún es un maravilloso caleidoscopio de heces transmitidas oralmente que normalmente culmina en el asqueroso argumento de la lengua. Ya me sé de carrerilla la frase tan común de “Es que en castellano las frases son menos musicales; por eso tienen menos éxito”. Por ello quizá debiéremos deducir que bandas como Héroes Del Silencio jamás han calado en la escena del rock internacional, ¿verdad? Oh, espera…

La cuestión se agrava bastante más cuando hablamos de lo referente a la música cantada en catalán – aunque mi ejemplo podría ser perfectamente válido para el euskera y el gallego. Si de por sí ya se machaca con la manida falacia de la lengua – lo cual viene siendo una estupidez si vemos la masiva concentración de público en conciertos de bandas como Els Pets o Sopa de Cabra –, lo que le hacía falta a Cataluña es que encima se le añadiese el componente de prejuicios ideológicos y políticos por la mera cuestión de su identidad. No han sido pocas las veces que he visto que a bandas locales siendo atacadas por el mero hecho de haber surgido en ciudades como Barcelona, tildadas desproporcionadamente de radicales independentistas cuando en realidad no hacen una sola alusión al respecto de tal cuestión social y política en sus líricas.

Está claro que no hay que ser ingenuo; hay bandas que dejan muy clara esta actitud en sus canciones y en sus directos. Estar de acuerdo con ciertos lemas políticos son cuestiones que atañen – o deberían atañer – a la política, y no propiamente a la música, perfecto vehículo de los sentimientos y las vivencias de los músicos. Es evidente también que hay conjuntos que utilizan tal vehículo como un medio de propagandismo político, lo cual es perfectamente legítimo y respetable. Lo que sí que me parece una mentalidad verdaderamente provinciana es la de discriminar el infatigable trabajo de músicos excelentes por la lengua en la que cantan. En muchos casos, las connotaciones lingüísticas que se le suele dar a esta música no son más que la manipulación de medios extremistas e irracionales que tratan de ocultar que existe un verdadero mensaje cultural y emocional en composiciones que reflejan ideas universales; unas ideas que saltan por encima de fronteras imaginarias y de constructos maliciosos.

Las fronteras tienden a ser ilusiones en muchas ocasiones, y en muchas de esas ocasiones el autoengaño es lo único que nos limita a descubrir horizontes que sencillamente podrían cambiar nuestra vida a mejor. Una vida con prejuicios y con miedo nos lleva a vivir una existencia incompleta. ¿Por qué menos pudiendo ser más? Abro la veda.

Texto por Fernando Acero